MI PROPIO CAMINO
"No hay camino sin soledad"
Llevo un tiempo barruntando la idea de ponerme a caminar, sopesando la idea de acercarme hasta Santiago por alguno de los muchos caminos que se dirigen a esa preciosa ciudad gallega, tenía ganas de hacer alguna etapa, para probar sensaciones, para sentir lo que siente quien lo camina y la ocasión se presentó en Berducedo, casi sin querer, acompañé a mis amigos desde este pueblo hasta un pico de nombre Peña Palanca en el Cordal de Berducedo y como la hora era temprana y el día podía dar para más allí me despedí de ellos y me fui solo a recorrer una etapa del camino primitivo, desde Berducedo hasta Grandas de Salime.
No era mi intención hacerlo con prisa, más bien todo lo contrario, y si encima cientos de mariposas comienzan a acompañarte, mucho menos, una preciosa Macaón hizo mis delicias del descenso desde el pico hasta el comienzo del camino, pero no solo ella, muchas otras me fueron acompañando en este día soleado y primaveral.
Finalmente llega al camino, guiado por esa concha de haces amarillos que es el que se debe de seguir si hasta Santiago quieres llegar, la hora era tardía, subir y bajar, llegar hasta aquí, las mariposas, un par de pájaros, disfrutando del frescor de un sendero me fui introduciendo en la historia de este camino primitivo, cuentan que es el que tomó Alfonso II el Casto, en el siglo IX para visitar la recién descubierta tumba del Apóstol Santiago.
Seguramente el rey Alfonso no se encontró con carreteras, ni tampoco con asfalto, un buen tramo tengo que recorrer hasta llegar al pueblo de La Mesa, junto a su iglesia, un banco y una sombra, tentaciones del camino, hay que seguir, pisar más asfalto y así voy subiendo por el rodeando la peña de los Coriscos donde se encuentran los gigantes, perdón molinos de viento.
Y en estas estaba subiendo por la carretera cuando me encuentro con otro caminante, me paro, el se detiene y le deseo buen camino, como respuesta un gri, gri. Allí miento trato de convencerlo de que no va por el buen camino, la dirección a Santiago es la que yo llevo y el va a la contraría, allí lo dejo cuesta abajo mientras yo sufro subiendo la cuesta que me lleve al cielo.
Y al fin corono la cima, bueno un poquito más abajo de la Peña de los Coriscos, embellecida por el brezo, blanco, amarillo y malva (¿tal vez?), sigo por carretera camino de Buspol y en Buspol la dejo, me despido de ella, hay ingenuo de mi, cerca de la capilla de Santa Marina de nuevo las mariposas me detienen, el calor aprieta, me quedo un rato junto a la capilla, al frescor de otro de esos bancos tentadores que me voy encontrado.
Levanto la vista y veo en la lejanía un pueblo, Grandas de Salime, mi destino, uno se siente mucho mejor cuando ve el lugar en el que va a acabar, cercano, casi a tiro de piedra lanzándola muy, muy fuerte.
Comienzo a bajar, por sendero, atrás quedó el asfalto, bajo entre brezo, señales y pinares, un descenso largo hasta la cuenca del río Navia, más de 650 metros de continua bajada, voy feliz, me gusta este trocito de camino, bajo y bajo y sigo bajando.
Y de repente en la bajada surge el embalse, o el río Navia, enorme y yo lo veo desde lo alto, bajo sus aguas yacen los pueblo de Salime, capital del concejo hasta 1.836, Subsalime, San Feliz, Albeira, Salcedo, Doade, Veiga Grande, Saborín, A Quintá, Ríodeporto, Vilagudín, A Barqueiría, San Pedro de Ernes y Barcela. Ahí es nada.
Sigo descendiendo con el camino jalonado de enormes margaritas, bezo y pinos quemados, con guiños de ese agua azul del río, sigo descendiendo mientras leo que bajo sus aguas quedaron 1.995 fincas con más de 3.000 parcelas, 25.360 árboles maderables, 13.800 frutales, 14.051 pies de vid, 8 puentes, 5 pequeñas iglesias, 4 cementerios y varias capillas según la página el ayuntamiento de Grandas. Tremendo.
El camino, el que yo sigo, sube de nuevo, esta vez en dirección al final de la presa, es un poco rompepiernas, sube, baja y sube de nuevo, paso al lado de un cruz en la sombra reparadora y un poco más adelante veo el desvío a mi izquierda.
Ahora el camino se estrecha y comienza un descenso en zetas por un frondoso castaño, casi siempre en sombra que va descendiendo vertiginosamente hasta la carretera ya por debajo de la inmensa mole del embalse.
Yo que le había dicho adiós a la carretera, le tengo que decir hola de nuevo, ella me recibe con un calor sofocante y en subida me acerco hasta un mirador de curioso nombre: "Boca de la Ballena" y por el entro y me asomo al descenso vertiginoso de la inmensa mole de hormigón que es el embalse, abajo, muy abajo un hilillo de agua que es el río Navía, detrás agua, agua y más agua.
Continúo por la carretera hasta la parte superior del pantano y me asomo a uno de los cinco balcones sobre el aliviadero y también a una de las dos terrazas que dan vista sobre el embalse, el viento fresco juega con el agua, sigo y cruzo por carretera. Y por ella comienzo de nuevo a subir.
Cuatro kilómetros y medio por asfalto, todos en subida, me acerco hasta el mirador de Vistalegre y allí me paro, de nuevo estoy sobre la inmensa mole de agua, esto es un sube y baja impresionante.
Sigo subiendo hasta el desvío de Pénjamo haciendo caso a todas las señales que me encuentro, como buen peregrino, en esta toca sonreír y uno sonríe, que conste que desde que salí lo llevo haciendo, pero la señal obliga a hacerlo aún más intensamente.
Unos metros más arriba de nuevo dejo el asfalto y me interno en una senda que sube por un precioso bosque, apenas queda un kilómetro para llegar a mi destino, en un cortín me quedo mirando la ajetreada labor de la abejas, sigo por mi sendero hasta que asoma a las primeras casas del pueblo, ya estoy en Grandas de Salime, como caminante, como peregrino, una mujer pasa a mi lado y me dice: "buen camino", sonrío no por la obligación de la señal, le doy las gracias y subo hasta el pueblo, aquí acaba mi primera etapa de mi camino en solitario hacía Santiago.
27, 96 kilómetros recorridos, siete horas y tres minutos caminando, 1.106 de desnivel de subida y 1.456 de bajada son los datos que me dejo mi trocito de camino hacía Santiago.
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