EL BANCO, EL MUÑECO Y EL CARTEL

   Apoyo la cabeza en el cristal de la ventana y contemplo en la oscuridad de la noche la silueta recortada de la fábrica mientras el vaho cubre el cristal al recibir el aliento de mi boca. Mis dedos dibujan en el casi como cuando era niño, trazando rayas imaginarias, intento sin conseguirlo alejar de mi,  pensamientos, ira y  frustración,  todos mis sueños truncados por el cierre de la fábrica. Mis dedos trazan en el vaho caras, ojos y sonrisas, y en mi cabeza repentinamente surge la idea; cruzo la estancia, bajo acelerado las escaleras y del oscuro desván saco un viejo banco de madera. Lo coloco en el patio en medio de la oscura y fría noche iluminado solamente por la luz de la luna llena. De un antiguo baúl de hojalata rescato un viejo muñeco al que visto con una vieja camisa y coloco en la pared unos animales dibujados por mis hijos: una oveja, una gallina, un burro y varios pollito. En una vieja tela escribo "(tu otro banco) y cada día el de más gente". Al acabar la luna sigue iluminando el patio, subo y vuelvo a la ventana, espero la llegada del amanecer mientras el vaho vuelve a cubrir los cristales y mis dedos continúan dibujando en el. Amanece y no se ve a nadie camino de la fabrica, aquí el despertador no suena, tampoco huele a café recién molido como tantos días sucedía antes de ir a la fabrica. Amanece y la luz del sol comienza a recorrer las calles casi a la vez que el olor del pan recién horneado las recorre y llegan a mi, el sol y el olor casi a la vez. Sigo mirando hacía la fabrica donde pase tantos años y al bajar la vista contemplo como unos niños se detienen frente al patio y al contemplar el banco, el muñeco y el cartel sus risas y alegría consiguen que se dibujen en mi cara. Fuera es carnaval y mientras yo continúo dibujando en el vaho que cubre el cristal con el aliento de mi boca: caras, ojos y sonrisas.